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Laurentino-César López Sánchez

SAN CIPRIANO DEL CONDADO

EN LAS REPOBLACIONES DEL SIGLO IX

o

el antifonario mozárabe en la partida de nacimiento de un pueblo

 

STUDIUM LEGIONENSE

Núm.39

León 1998

 

PRESENTACIÓN

Durante la década de los 70 estuve destinado en esta parroquia.

Me hacía ilusión que éste fuera el “San Cipriano” del Antifonario, y pronto encontré argumentos y pruebas que lo confirmaban. Para mí era suficiente, pero había que demostrarlo y hacerlo público. Sin embargo, mientras viví en el pueblo me ocupé más de promocionarlo, en lo que alcanzaba mi competencia. Alguno recordará las clases nocturnas que terminaban con un viaje donde siempre había algo que aprender, o aquella compañía de teatro infantil que actuaba en el entrañable “Club de los leones”.

Ya entonces, restaurando la ermita de “Las Mercedes”, y atando algunos cabos que mantiene la tradición, descubrimos Villarejo. Allí recogimos restos de cerámica que quedaron expuestos -algunos- en el pequeño Museo Parroquial, el cual, aunque insignificante, figuró en la lista de museos de la provincia y mereció la visita de periodistas que lo dieron a conocer en la prensa de la época y en alguna publicación mayor.

Pero fue en 1991 cuando la Exposición “Las edades del hombre” en la catedral de León dio un relieve especial al Antifonario Mozárabe. Entonces desempolvé los apuntes recogidos años antes y elaboré este trabajo que salió, muy resumido, en el Diario de León, el 8 de enero de 1992. Dada la brevedad sólo se podía decir que el tan importante códice se había escrito para el abad de un monasterio que existió en un pueblo real, localizado e identificado, que se puede visitar hoy. En el trabajo completo descubrimos el nacimiento de este pueblo y sus primeros pasos por la Historia.

Agradezco a la Dirección del Centro Superior de Estudios Teológicos, del Seminario Mayor de León, que lo haya incluido en el número 39 de Studium Legionense, y dedico esta separata, con el mejor de los recuerdos, al pueblo de San Cipriano del Condado; a los que estaban allí en la década de los 70 y a los que viven y lo dirigen hoy, con el deseo de que sigan promocionándolo como se merece. Que otro complete la historia de los primeros mil años y, entre todos, lo dispongan para que viva un nuevo milenio de progreso y prosperidad.

Laurentino César López Sanchez.

(Esta presentación se hizo para las separatas que se mandaron a cada vecino de S. Cipriano y a varios amigos que viven fuera del pueblo).

I

PRIMERAS CAUSAS

El nacimiento del pueblo de San Cipriano del Condado está directamente ligado a la existencia, desde su fundación, de un monasterio del mismo nombre que, en la Alta Edad Media, estuvo asentado a las orillas del río Porma.

Con el tiempo fue capaz de elaborar obras y documentos que han llegado hasta nosotros y que incitan a la investigación histórica, e incluso a la arqueológica, para descubrir su ubicación. Pero su documentación es tan tardía que, para datar su origen, tenemos que acogernos a la generalidad de lo que ocurría en todo el reino. Don Claudio Sánchez Albornoz, en “Documentos Inéditos del Reino de Asturias” comentando los documentos de la fundación del monasterio de Tobiellas el 18 de noviembre de 822, y del monasterio de Asia el 18 de enero de 836, dice: Las escrituras nos describen el sistema por el que surgieron docenas y docenas de monasterios particulares en todo el solar del reino asturleonés, desde el valle del Ebro hasta las rías de Galicia. Un presbítero, un abad, un hombre temeroso de Dios o una mujer piadosa levantaban en su heredad una iglesia en honor de un santo, construían junto a ella un claustro, atraían a sí algunos gasalianes o compañeros, dotaban al nuevo cenobio con sus bienes, y la nueva comunidad religiosa iniciaba una vida de comunidad y de trabajo. Estos monasterios ayudaron mucho a la repoblación y colonización del país. Pero, nacidos como fruto de la inquietud espiritual de un siglo turbado por una sacudida de fervor torturante, esos cenobios fueron muchas veces flores místicas que perduraron sólo: lo que tardó en volver por sus fueros la humana flaqueza de la sensualidad. No pocos lograron, sin embargo, salvar la hora inexorable de la crisis y llegaron a perpetuarse en comunidades de larga y gloriosa historia; y bastantes acabaron por sufrir los efectos de la atracción religiosa o económica de los grandes claustros y por incorporarse a ellos[1].

A este respecto dice José María Fernández del Pozo: A lo largo del siglo IX y primera mitad del X, la meseta del Duero se fue repoblando y la vida administrativa cobró de nuevo auge en un proceso largo en el que participaron, por un lado los monasterios, roturando campos que estaban en torno al mismo y estableciendo campesinos capaces de colaborar intensamente en la puesta en valor de los campos, haciéndose posible, con ello, la aparición de nuevas fuentes de riqueza[2].

Empezamos, por tanto, volviendo la vista al siglo IX, y muy al pricipio, para situar la fundación del Monasterio de S.Cebrián, en Porma, que dio lugar a una de tantas populaciones que se originaron al mismo tiempo y de la misma forma y que constituyeron el principio de muchos de los pueblos que hoy existen.

Algunos ostentan el nombre del monasterio o iglesia a cuya sombra nacieron; otros conservan este recuerdo sólo en el titular de la parroquia, porque su asentamiento tomó el nombre del topónimo ocupado; y otros, por fín, perdieron la memoria histórica y, por falta de documentos, nunca podrán volver a sus raíces.

San Cipriano pertenece al primer grupo y, aunque el monasterio se extinguió a finales del siglo X, tuvo la suerte de contar con un personaje importante, vinculado a una obra de categoría excepcional. El personaje es el abad Ikila, y su obra, el Antifonario Mozárabe de la catedral de León.

 

Apoyados en estos dos puntos queremos demostrar que el actual S.Cipriano del Condado es el mismo a quien se refieren antiguos documentos que le asignan la poco definida determinación de en Porma, o sobre el río Porma, y al mismo tiempo acercarnos al nacimiento y encontrar las raíces de un pueblo que ya lleva más de mil años de andadura.

II

EL ANTIFONARIO MOZÁRABE

El Antifonario Mozárabe de León es un códice miniado, del siglo X, de gran valor por el material abundantísimo sobre liturgia y canto de la antigua iglesia española. Un monje, llamado Totmundo, lo copió para Ikila, abad, en los primeros años del siglo X, utilizando otro, posiblemente toledano, de los siglos VIII ó VII con referencias andaluzas y pacenses[3].

Consta de 306 folios escritos en letra mozárabe, 22 de ellos enriquecidos con preciosas miniaturas, que no entusiasma demasiado a D. Manuel Gómez Moreno[4], pero que hace decir a Pilar Yáñez Cifuentes: Es el más precioso de los manuscritos conocidos del canto mozárabe. Es el catálogo más completo de las fiestas celebradas por la antigua iglesia española presentando, además, el interés de reflejar en las diversas interpolaciones sufridas en el núcleo primitivo del códice, el natural desarrollo que la liturgia hispánica debió tener durante los primeros siglos de la Reconquista[5].

La valía de este códice ha motivado que se le estudie desde todos los ángulos, iluminando, de paso, cuestiones como la que nos ocupa. De no haber sido por él a nadie hubiera interesado localizar en el espacio y en el tiempo a un personaje cuyo nombre, de origen visigodo, aparece muy raras veces en la documentación medieval; y los documentos relacionados con él seguirían durmiendo el sueño de los siglos en los archivos sin que nadie se acercara a desempolvarlos[6].

Hasta que, por razones litúrgicas, se descubrió que tiene interpolaciones se pensaba que el autor del Antifonario fue un amanuense gallego llamado Arias, que da una fecha en el folio 26 que puede corresponder al año 1066. Sin embargo, lo que hace el copista, que es un hombre honrado, es poner fecha al cuadernillo y demás notas que él introduce, para no atribuirse, indebidamente, el trabajo y el arte puestos por un autor anterior.

Queda, pues, sin fecha el Antifonario y la primera noticia que se tiene de él está en un testamento recogido en el Tumbo de la Catedral de León, folios 349-50, en que el 26 de junio del año 917 el abad Ikila lo dona, junto con otras pertenencias, al monasterio de Santiago de León. Queda demostrado que el códice existe en este momento, 146 años antes de que el gallego Arias añadiera su cuadernillo.

En cuanto a su confección y teniendo en cuenta argumentos históricos, paleográficos, y literarios, el P. Luciano Serrano en el prólogo a la edición del Antifonario que hicieron los Benedictinos[7], defiende que esta joya de la catedral leonesa debe situarse en los comienzos del siglo X; y más adelante, en otro lugar que cita Pérez de Urbel[8] asegura: Este códice no pudo escribirse antes del último tercio del siglo IX ni después del primer tercio del siglo X.

III

EL ABAD IKILA

Iquila era el abad y propietario del monasterio de S.Cipriano, situado a orillas del Porma -posiblemente el núcleo primitivo del actual S.Cipriano del Condado-. Era persona de prestigio ya que su firma aparece en muchos documentos leoneses conservados en el archivo catedralicio y también en algunos de los Cartularios de Eslonza y de Sahagún[9].

Pérez de Urbel dice que el nombre de Iquila aparece muy rara vez en nuestra documentación medieval; no obstante lo encontramos en las cartas de la primera mitad del siglo X y precisamente en esta tierra leonesa. Aparece por primera vez en una carta de donación que lleva fecha de 26 de junio del año 917. El donante es él mismo; lleva el nombre de abad, y por otros documentos, averiguamos que es el abad y propietario del monasterio de S.Cipriano, situado junto al río Porma[10].

En esta donación que se considera la Carta Fundacional del Monasterio de Santiago en la ciudad de León, se incluye el Antifonario Mozárabe copiado y confeccionado para Ikila algunos años antes.

El primer folio, vuelto, del Códice tiene una miniatura con dos personajes: uno está de pie sobre un estrado, bendiciendo con la mano derecha y con un báculo en forma de T en la izquierda; sobre su cabeza está escrita la palabra ABBA (abad). El otro personaje, también de pie, en el suelo, ofrece un libro pintado en oro y ribeteado de minio. Sobre su cabeza se lee la palabra ILLE (él). En la parte superior del folio y en un latín enrevesado figura una dedicatoria, un tanto ingenua, que nos aclara quién es el abba y quién es el ille. Pérez de Urbel la traduce así[11]:

¡Oh gracia (de Dios)! Grande es el don que recibiste, abad Totmundo:
aquí habitas con todos los buenos y en el futuro te alegrarás con los ángeles.
Y tú, oh abad Ikila, que por tu espíritu brillas a tanta altura,
ya ves realizada, según tu deseo, la obra por tí planeada.
Contempla el libro pintado y dorado para utilidad de tantos,
y que yo merezca ser ayudado por tus oraciones.
Recordadme a mí, el escritor, que por vuestro nombre tomé este trabajo.

Aunque el epigrama pueda parecer un cúmulo de elogios gratuitos, nos da pie para descubrir la realidad en que se basa. Dirigiéndose a Iquila dice: y tú que, por tu espíritu, brillas a tanta altura: seguramente no exagera porque sabe que el cenobio que el abad recibió en herencia o en una donación anterior fue, en principio, un monasterio familiar; uno de tantos fundados en la España Visigoda y que, en muchos casos, fueron flor de un día, desapareciendo cuando se apagó el fervor de la familia fundadora. En este caso se superó a sí mismo. Tal vez Iquila, como S. Fructuoso, era de procedencia aristocrática y, bajo la influencia del patriarca del monaquismo español, se acogió a la Sancta Conmunis Regula y abrazó la Regla de S. Benito para la dirección del monasterio. Esto le permitió elevar la categoría del personal acogido en sus claustros y rodearse de hombres de relevante cultura y espíritu brillante. Suponemos que en el cenobio existió un Scriptorium con varios amanuenses que dominaban el arte y el estilo del momento y estaban en contacto con otros artistas ultra pirenaicos -carolingios y otónicos- por los que se dejaron influenciar[12].

Pérez de Urbel asegura que el Antifonario presenta un aspecto europeizante[13].

Dirigía el equipo de copistas y miniaturistas el abad Totmundo, que además de ser hombre de arte y de letras brilló con otras dotes que le llevaron a ser obispo de Salamanca hacia el año 960. Se presenta como autor del antifonario cuando dice: “Recordadme a mí, el escritor, que por vuestro nombre tomé este trabajo”. Y nos deja el testimonio de que se trata de un monasterio en la mejor línea cuando se felicita a sí mismo porque “habita con todos los buenos”, es decir que vive en una comunidad observante que le asegura una eternidad en la alegría de los ángeles.

Esto nos invita a creer que el abad Iquila preside un monasterio y una comunidad donde se proyectan y realizan obras culturales de la más alta consideración y al mismo tiempo se cultiva la formación espiritual de los monjes, algunos de los cuales serán llamados al episcopado. Y aún debemos elevar la consideración de su valía personal cuando le vemos resolver, a la manera de S.Fructuoso, una realidad que no le debía agradar demasiado: era abad, por donación o por herencia, de un Monasterio Dúplice.

IV

EL MONASTERIO DE SAN CIPRIANO

En ningún documento donde aparece el monasterio de S. Cipriano se determina su ubicación geográfica. Se despachan con un genérico “en Porma” (año 917), “sobre el río Porma” (a. 948), “en Porma” (a. 970).

Pero el río Porma, que no es más que un río de montaña, tiene unos 80 kilómetros de recorrido, y en sus riberas existieron varios monasterios.

Los autores que estudian el Antifonario no se deciden a determinar la localización más allá de lo que expresan los documentos medievales. Sólo Yáñez Cifuentes, ya citada, se atreve a insinuar: el monasterio de S. Cipriano, situado a orillas del Porma - posiblemente núcleo primitivo del actual

S. Cipriano del Condado -; pero todos los demás abundan en el mismo genérico:”S.Cipriano de Porma”, “en aguas del Porma”, en las riberas del Porma”.

Sin embargo hay razones para que, de una vez por todas, se determine la situación geográfica del monasterio que produjo obras que le han superado en más de mil años de existencia.

Y esas razones señalan a San Cipriano del Condado como único e indiscutible sucesor de la comunidad que se originó en torno a aquel cenobio y que, con seguridad, ya existía al empezar el siglo X.

La primera es el mismo nombre de “San Cipriano” y la constatación de estar situado “en Porma”, o “sobre el río Porma”.

Una segunda razón es de tipo litúrgico. En toda la cuenca del Porma hay tres parroquias -que pudieron tener origen en otros tantos monasterios-, cuyo titular es san Cipriano. Son: Valdefresno de la Sobarriba, S. Cibrián de la Somoza y S. Cipriano del Condado. Los dos primeros, que no están en los márgenes pero sí “sobre el río Porma” y a él dan aguas, tienen doble titularidad: S. Cipriano y S. Cornelio. Sólo el tercero celebra a S. Cipriano Mártir, sin compartir con ningún otro santo.

En el monasterio de S. Cipriano, para cuyo abad se compuso el Antifonario Mozárabe, se celebraba solemnemente la fiesta de este santo y se ignoraba a S. Cornelio. Lo sabemos porque el folio 234 contiene el oficio litúrgico de la fiesta con música para las antífonas y una página de lujo con una miniatura alusiva, como hace en las grandes solemnidades. Representa al santo vestido con túnica de color de minio, manto azul, larga estola y tocado puntiagudo de obispo, que ofrece la cabeza a un sayón descalzo, con calzón bombacho, ropa corta ceñida a la cintura y una pequeña clámide colgando. Con la mano derecha señala a la víctima y en la izquierda blande una larga espada.

A S. Cornelio ni lo cita.

Los feligreses de la parroquia, a lo largo de los siglos, vienen celebrando, como los monjes medievales, sólo a S. Cipriano, Obispo y Mártir.

El último y definitivo argumento para situar en S. Cipriano del Condado el monasterio del abad Iquila se apoya en la arqueología y en la tradición.

La edificación situada en el ángulo noreste del caserío es la iglesia parroquial que todavía conserva una pila bautismal de época mozárabe. Al norte de la misma se extiende un extenso praderío, hoy muy repartido, que según el Catastro de Ensenada pertenecía a la iglesia en 1752 y siguió siendo de su propiedad hasta la desamortización de Mendizábal en 1835, como consta en el Archivo Parroquial. En algunos tramos de sus límites aparecen todavía los cimientos que sostuvieron el cenobio hace mil años. La memoria histórica del pueblo sitúa en él un convento, sin más precisiones. Y es suficiente. Pero aún va más lejos, porque en el extremo noroeste del praderío persistió, hasta época reciente, entre zarzas y espinos un pedrizal. La memoria colectiva de la gente sitúa en esta zona un monasterio femenino.

Coincide exactamente con lo aducido por los documentos escritos: el rico abad de S. Cipriano era propietario de un monasterio dúplice.

El monaquismo de la Alta Edad Media, donde tuvieron gran importancia los monasterios familiares legisló convenientemente para delimitar y aclarar campos y responsabilidades.

Las fundaciones realizadas por familias que ingresaban, a veces, al completo, con sus servidores incluídos, dio lugar a varias modalidades. Una que la Iglesia no aprobó nunca, fue la de monasterios mixtos, donde hombres y mujeres compartían el mismo edificio viviendo en única comunidad y que, en ocasiones, cuando se apagaban los fervores religiosos del fundador o desaparecía el cabeza de familia, produjeron situaciones poco ejemplares.

Otro tipo fue el dúplice, en que un mismo monasterio albergaba una comunidad de varones y otra femenina, colocadas bajo la misma autoridad, pero netamente separadas la una de la otra.

Y podía tratarse, por fin, de verdaderos monasterios diferenciados entre sí, independientes, aunque vecinos y anejos el uno del otro[14]. En este caso se daba lo que llamaban tutillo (protección), ejercida por un praepositus virginum, rodeado de un pequeño grupo de compañeros, pauci et perfecti (pocos y perfectos), que le auxiliarían en su cometido[15].

Dúplice era el monasterio de las orillas del Porma, y no era la situación que más agradaba a su abad. Por eso Ikila, que se había ganado fama de espíritu elevado y sostenía una comunidad observante, tomó otra determinación para las mujeres piadosas que se habían ido reuniendo en torno a su monasterio en el cenobio femenino. El, que se había acogido a la Sancta Conmunis Regula de S.Fructuoso, quiso -como hizo éste con la virgen Benedicta y las mujeres con élla congregadas- construir un nuevo monasterio in alia solitudine (en otra soledad)[16]. Sólo que el abad de S.Cipriano no buscó esta solitudine en el campo abierto, sino al abrigo de los muros de la ciudad regia[17]. Así, el 26 de junio del año 917, el año tercero del reinado de Ordoño II, el Abad Ikila firma la donación del Monasterio de Santiago de León. Le asistía el obispo Fruminio, la reina Elvira, esposa de Ordoño, los presbíteros Vicente y Olimpio, los diáconos Maruano, Gaudio, Benedicto y Félix y los testigos Vermudo Nigro, Garvisio, Maurelo, Arsendo y Abzuleiman, actuando como notario el diácono Hanno[18].

Esta donación, que por otra parte es una Carta Fundacional en toda regla, supone la extinción de la comunidad femenina de S. Cipriano, llevada a cabo antes del 26 de junio del 917[19], y la aparición de un nuevo cenobio, sólo para mujeres, en la ciudad de León.

La primera abadesa de este monasterio es Felicia -por otro nombre Monoya-, que recibe la nueva fundación como una donación. El abad Iquila preside la tuitio de la nueva comunidad y, como fundador, comparte el abadengo con Felicia-Monoya.

El monasterio de Santiago, del que no queda ni el recuerdo, está sin embargo, perfectamente localizado por la abundancia de documentación conservada. Estaba asentado sobre el solar donde hoy se levanta el Seminario Mayor y parte del Palacio Episcopal. Pilar Yáñez Cifuentes, que lo estudió exhaustivamente dice: Si en pleno siglo X hubiéramos preguntado por el lugar de emplazamiento del Monasterio de Santiago de León hubiéramos recibido contestaciones como estas:

“edificatum suburbio Legionensis, intus civitatis, iusta aditus “Sanctae Mariae Virginis,
“non longe ad aulam Sancte Mariae Virginis,
“secus sede episcopi legionensis,
“discurrente kalle de Porta Episcopi.

Estas indicaciones son suficientes para señalar sobre un plano actual la situación aproximada del monasterio medieval: ocuparía el mismo espacio que el Seminario y quizás algo del palacio episcopal[20].

De él habla varias veces Sánchez Albornoz en su evocación del León medieval: “Una ciudad de la España cristiana hace mil años”[21].

Gracias a la documentación existente sobre el monasterio de Santiago podemos llegar, con garantía, al de S.Cipriano.

Iquila era un monje rico -tal vez pertenecía a la aristocracia-, que había recibido en herencia el monasterio del Porma, probablemente fundado por sus antecesores. Cuando lo dona a la abadesa Felicia para fundar Santiago, lo ofrece por su alma, la de sus padres y bienhechores. Y termina con una frase frecuente en documentos de la época, que era como un aviso a posibles parientes defraudados: si alguno tuviera la tentación de atentar o mutilar esto que yo hago, bien sea yo mismo o alguno de mis parientes, desde el primer momento sea maldito de Dios y con Judas traidor llore sus penas en la condenación eterna[22].

Que el de S. Cipriano era un monasterio rico se supone cuando es capaz de producir obras como el Antifonario; pero la donación del Abad al nuevo cenobio de Santiago lo confirma. Ofrece porque posee:

“Una corte cercada que está junto al nuevo monasterio, con todos los utensilios de las casas[23].

“Ajuar de casa que, como se ve, es de calidad distinguida:

“Tres lechos completos, con colchones y almohadas forrados de tapicería y cobertores finos de tapiz.

“Un mortero de bronce. Una olla de cocina y dos calderas para calentar agua. Tres escudillas de plata. Una taza cilíndrica.

“Para la iglesia:

“Un sagrario y una cruz de plata, dos incensarios, uno de plata y otro de bronce, dos casullas, una de tapiz y otra de seda, un velo fino para el iconostasio.

“Un candelabro de bronce, dos ciriales, un candelabro para delante del altar.

“Libros tres: Un Antifonario (que es el que ha llegado hasta nosotros)

“Un Psalterio (colección de salmos para cantar en coro).

“Una Regla[24].

“Bienes inmuebles y derechos jurisdiccionales:

“En el Porma: el monasterio de S. Cipriano con su corte cerrada, casas, tierras, viñas, prados, tres molinos, montes, fuentes, un lagar y todo lo que pertenece a la casa.

“Sobre el río que llaman Cea: la iglesia de Santa María (del Monte de Cea), con su corte cerrada, con todas sus casas y prestaciones, tierras viñas, fuentes, una pesquera y todo lo perteneciente a dicha iglesia.

“En otro lugar que llaman Oncina: una corte cerrada con sus casas, tierras, viñas, prados, huertas y un lagar.

“En Bercianos del Páramo, tres villas: parte de La Mata del Rey, parte de Fontecha y parte de Royuelos (hoy despoblado), con la jurisdicción sobre sus habitantes.

“En Monte Aureo, ocho viñas.

“En el Torío, un molino, tierras y huertas.

“En Pajares (de los Oteros), la iglesia de S.Martín, con sus tierras, viñas, prados y su fuente, todas las cosas en su integridad.

“En Lampreana -provincia de Zamora-, cinco pausatas[25] (posadas, pero no de huéspedes sinocasas que sólo tienen vivienda, sin relación a labranza, huertos ni huéspedes)

Como se ve, el monasterio del Porma posee cuantiosos bienes que le permiten acometer una nueva fundación cuya subsistencia queda asegurada sin perjuicio de los monjes que viven en S. Cipriano que no pueden esperar retribución de la sociedad por su trabajo apostólico.

V

ORIGEN DE LA COMUNIDAD SEGLAR

En el monasterio no sólo viven los monjes que se dedican al estudio, la oración y apostolado, que solían ser pocos, dada la abundancia de casas conventuales[26].

Estos ocupaban el cuerpo del edificio donde estaban el claustro, la iglesia, el escritorio, la biblioteca, la sala capitular, el refectorio, la cocina y las cellas, o celdas, individuales para cada uno de los monjes.

Al lado y en torno a un patio con pozo, sobre cuyo brocal se alza la típica armadura de hierro que sostiene el cubo[27], se hallan las cortes, casas, villas y pausatas que ocupan los laicos que participan en la vida del monasterio.

De éstos, unos pocos eran, posiblemente, siervos personales del abad que servían como criados o domésticos. Otros eran patronos, descendientes de los fundadores, que velaban por el buen orden material del monasterio y tenían derecho a recibir ración -se llamaban racioneros- sobre todo en caso de necesidad, y a gozar de especiales beneficios espirituales[28]. Podían estar los mílites monasterii que tenían la misión de protección y la obligación de defender (fonsado) los derechos y los bienes monásticos frente a enemigos exteriores. También estos tienen derecho a recibir ración, si la necesitan, y a participar de beneficios espirituales, sepultura y ventajas materiales de diversa índole[29]. Los demás, hasta formar el núcleo de lo que empezba a ser el pueblo eran colonos tributarios. Estos se establecieron extra muros del monasterio al suroeste del mismo, formando el pequeño y compacto barrio entre la iglesia y la fuente del oeste, al norte del camino que va a León.

Los colonos eran, generalmente, hombres libres (ingenuos), acogidos a la benefactoría de un patrono; eran los hombres de behetría. Unos eran juniores de hereditate u homines mandationis, que son dueños de su libertad pero están atados a las heredades del señor, en este caso del monasterio. Existía también una clase de juniores de capite o de cabeza, constituidos por los hijos de aquellos, que por ser jóvenes, no tenían tierra a su nombre.

Los colonos poseían la tierra en diversidad de contratos: Unos las tenían en censo: se comprometían a pagar una cantidad de los frutos que pueden recoger al año (solía ser la cuarta parte). Otros las poseían ad laborandum, que se usaba en la plantación de viñas o frutales: el dueño cedía una tierra al labriego para que la plantara y al cabo del número de años acostumbrado, la viña o el huerto se dividía por mitades entre el propietario y el aldeano. Otros, por fín, las disfrutaban en precaria, y el precarista se comprometía a pagar la renta determinada[30].

A veces el patrono -en este caso el monasterio-, se reservaba unas tierras cuyo producto era exclusivo pero las trabajaban los colonos en sernas, jornadas de trabajo obligatorias y sin retribución.

Además de las donaciones que recibió el monasterio en su fundación, éste, e incluso los colonos libres, podían adquirir nuevos terrenos en scuallum o praesura[31], que se iban roturando y con los que se ampliaba la explotación. Esto hace aumentar la territorialidad y exige más población y más caserío.

Los reyes favorecían estas repoblaciones donando terrenos y cediendo, a veces, los derechos que tenían sobre la totalidad de algún pueblo que pasaba a pertenecer al monasterio y a sentirse protegido por él.

Este pudo ser el caso y el momento en que Villarejo se funde con el núcleo seglar de S. Cipriano[32]. Por este motivo es necesario ampliar el casco del pueblo y el caserío empieza a extenderse hacia mediodía en dos calles, más o menos paralelas y relativamente distantes que ya existían y eran frecuentadas por los colonos. Una tenía algunas edificaciones, almacenes de hierba, paja y hoja seca de las abundantes choperas, que se reservaban para el alimento de los ganados -bueyes, vacas, ovejas, asnos- en el invierno. No la asignaron ningún nombre; era, sencillamente, la calle de los pajares.

La otra iba, perpendicular al camino del río, en dirección a los molinos.

Tres molinos figuran en la donación del año 917. Estaban convenientemente separados para que la única muela de cada uno pudiera ser movida por la misma agua, tomada con una presa en la margen derecha del río, bastante más arriba del pueblo. Es posible que uno de ellos estuviera adaptado para moler linaza, del lino que se cosechaba, abundante, en las linares, al oeste del caserío. En una rasera de la presa las mujeres ponían en remojo las mannas de lino que después majarían y cardarían éllas mismas, hasta sacar el hilo que se tejía en los telares.

El molino y el horno eran privilegio de los señores.

No se necesitaba molinero. Cada vecino tenía derecho a usarlo unas horas o días de cada mes, pagando un censo o maquila[33].

En la calle de los molinos se sitúa un nutrido grupo de vecinos -tal vez les animó la proximidad a Villarejo-. Se unen al núcleo inicial y a Los Pajares, mediante una calle transversal, al sur de las edificaciones monacales. La entrada a la iglesia -común para todos-, queda más o menos equidistante de las dos calles. En forma de gran U, complicada con pequeñas travesías en sus respectivos barrios, se conformó el pueblo con una estructura que se mantiene hasta el día de hoy. Prolongando la calle transversal -que con el tiempo vino a llamarse Real- hacia el Este, se llega al río donde había una barca para comunicar con los pueblos del otro lado: S. Vicente, Membrillar, Villarejo y Cañizal. En dirección Oeste, es el camino de León, que pasando por Represa deja a la derecha el despoblado de Villavirtut[34] y Villamayor.

Saliendo en esta última dirección y dejando atrás ricas tierras de linares y cereales se llega a una zona alta y seca, de terreno escaso, cuyo topónimo nos habla de monte bajo, abundante en urces: Candajo[35]. Estas tierras tomadas en scuallum o praesura, convenientemente roturadas y cedidas a los colonos en régimen ad laborandum, se poblaron de viñas que producían vino a medias para el monasterio y para los colonos. Estos transportaban las uvas hasta el único lagar que existía intra muros del monasterio y del que se servían todos. A pesar de ser único era un lagar más bien pequeño, cuya viga exprimía las uvas con el esfuerzo físico de los siervos que movían el huso. Todo se hacía a fuerza de músculos. A medida que aumentaba el número de colonos se hizo insuficiente el lagar conventual y se fueron instalando en las casas otros más pequeños llamados torcularios, adecuados a las necesidades de una familia particular[36].

El monasterio contaba, también, con un horno que, en la Edad Media, era privilegio de los grandes señores. Todos los habitantes del dominio tenían que cocer sus panes en el horno del señor, que cobraba por el uso un censo llamado fornaticum. En León, tierra de hombres libres, el oficio de panadero pudo ser ejercido, independientemente de los grandes propietarios, por gentes de humilde condición[37], por lo que pronto irían apareciendo pequeños hornos en las casas particulares.

Otro servicio común que ofrecía el monasterio, y que se mantuvo hasta este siglo, fue la fragua. Es verdad que había un ferrario o ferrero que realizaba los trabajos más especializados, pero cualquiera podía usar la fragua, si sabía trabajar en ella. Anejo a la fragua, y con el mismo sistema, estaba el potro para herrar animales[38].

Común era, así mismo, el taller donde se encuentran los telares para tejer el lino y la lana que también tendría una persona especializada en la colocación de las tramas, la disposición para los dibujos y los teñidos.

Especialista tenía que ser el carpintero que, si no es dueño del taller,

trabaja con dedicación plena. Tiene que hacer puertas para cada casa que se construye y armar los teliatos de las casas materacas (techos cubiertos de tabla para colocar teja); algunas casas son territas y van cubiertas de tapín o césped. Tiene que hacer lectos tornátiles -lechos torneados- para las celdas de los monjes; cátedras y mensas -sillones y mesas, para el refectorio; sedilias o sellas -sillas- y scriptorios -pupitres- para la biblioteca y el scriptorium, y scannos -escaños-, banquetas, alhacenas, y lectos para los vecinos; y para unos y otros haría cubas para las apotecas (bodegas)[39] y féretros para la sepultura.

Así se fue desarrollando, en comunidad, un núcleo humano, donde todos dependían de todos, que al principio se identificaban con el monasterio y que, desaparecido éste, no tuvo inconveniente en seguir ostentando el mismo nombre, para perpetuar su memoria, incluso, entre las brumas del olvido.

VI

EL FINAL

Ni el principio ni el fin del monasterio de S.Cipriano tienen fecha escrita. Hay que volver a los documentos de Santiago y, por ellos, entrar en la Historia y salir de ella.

La donación del monasterio del Porma en favor del de Santiago no supuso, de inmediato, su fin. Sin embargo, dice Yáñez Cifuentes, no está claro cuándo los bienes donados pasaron a ser propiedad efectiva de la abadesa de León. Por lo menos, por lo que toca al monasterio de S.Cipriano, hay que pensar que la acción jurídica no tendría cumplimiento pleno hasta la muerte de Iquila, que sigue apareciendo en los documentos como abad del monasterio donado hasta el año 952. Ambos debieron, desde luego, quedar vinculados de alguna manera, existiendo entre ellos cierta comunidad de bienes; esto debía ser cosa sabida por todos en su época, porque en el año 948, el obispo de León, Oveco, donaba a ambos monasterios, y a Iquila y a Felicia, sus abades, la iglesia de Santa María de Cea[40]. Se puede suponer que es a la muerte del abad Ikila cuando el prolífico monasterio de S.Cipriano se eclipsa. Pero aún vivió varios años más, siendo entonces tributario de Santiago en lo económico y en lo espiritual. Sus miembros, cada vez más escasos, se sentirían atraídos por la pujanza del cenobio situado sub aula Sanctae Mariae semper Virginis, sedis antiquisima, como se le nombra a veces. El 29 de enero del año 970 lo encontramos por última vez: la abadesa Felicia, por sobrenombre Monoya, que lo había recibido de Iquila 53 años antes como propiedad personal, lo dona ahora en su testamento, al monasterio de Santiago, y va citando, una a una, las propiedades de aquel como ella las recibió[41].

Se puede entender que en 970 S.Cipriano conservaba su identidad y se mantenía en lo que había sido anteriormente. Pero muerto el abad Ikila unos dieciocho años antes, lenta y silenciosamente, en este último tercio del siglo X, deja de existir. La fecha del 29 de enero del año 970 es su última documentación.

Podemos suponer que, al menos, empezó su andadura mediada la novena centuria y superó el final de la décima, y podemos asegurar que la comunidad que dio origen al pueblo que hoy existe ya estaba allí cuando empezó el siglo X.

El monasterio de Santiago no le superó excesivamente. Para el año 1116, sin que se sepa desde cuánto tiempo antes, ya había dejado de existir.

El Concilio de Coyanza, del año 1055, dictó normas sobre el “agiornamento” de la iglesia en España. Se dirigió duramente a los monasterios de fundación particular -como S. Cipriano y Santiago- y dispuso que se vincularan a las sedes episcopales correspondientes[42]. Sin que conste cuándo, pero a partir de este Concilio, el monasterio de Santiago se adhirió al obispado de León y se sometió a su autoridad. Lentamente, como tantos otros, se fue extinguiendo y sus bienes pasaron a formar parte del Señorío del Obispo.

Un siglo después de la devastación de León, por Almanzor, la ciudad no se había repuesto. Dice López Ferreiro, refiriéndose a Galicia, que las iglesias llegaron a tan mísero estado que en algunas no quedaron más que paredes, como para señalar hasta dónde llegaba el recinto sagrado. Otras, por falta de recursos, estaban cubiertas de paja, como si fueran chozas[43].

El Tumbo de la catedral de León recoge un documento muy expresivo, firmado el 8 de enero de 1116. El obispo D.Diego describe la desolación de la Iglesia de León que ha sufrido multitud de injurias y calamidades de parte de propios y extraños en cantidad de infelices acontecimientos y que ha llegado a un estado de suma pobreza por negligencia de sus inmediatos responsables. Compadecido de la situación y de acuerdo con la reina Dª Urraca y con todos los clérigos de su Iglesia, dona a la Iglesia de León todos los monasterios e iglesias que le pertenecen y que están situados en el Arcedianato de Pedro García. Empieza la lista de bienes donados por la iglesia de Santiago -y no dice que sea monasterio, ya no lo es-, con sus posesiones, que coinciden con las que históricamente se le conocían[44], pero, sorprendentemente, no aparece el monasterio de S.Cipriano en Porma. Para estas fechas no sólo había dejado de existir sino que se había perdido su memoria quedando reducido a una ex villulis et hereditatibus Sancti Iacobi.

Si Santiago tuvo un fin glorioso, sirviendo de apoyo y sustento a la sede leonesa, que se lo reconoce citándolo en primer lugar, el cenobio del abad Ikila se apagó en la noche de los tiempos en el más absoluto desconocimiento.

Pero no tuvo una existencia ni un final inútil; además de una obra inmortal, había dado a luz un pueblo que, mil años más tarde, sigue ostentando el nombre de su progenitor: San Cipriano.

VII

DESPUÉS

Tras la muerte o la ida del último abad del monasterio, quedó un pueblo perfectamente organizado que, al principio, fue tributario de Santiago.

Poco después y como consecuencia de la legislación emanada del Concilio de Coyanza empieza a aparecer como uno de los lugares que campean en el título de los obispos de León:”Conde de Colle y señor de las Arrimadas y otros lugares”.

Así lo encontramos en el Becerro de la Catedral escrito dos siglos más tarde: Sant Cebrián. De la mesa del Obispo. E lieva ende la meatad del diezmo; e tienla agora el Prior, e da un maravedí en procuración; e non da carnero[45]. Esto quiere decir que pertenece al obispo, personalmente. Pero no era el obispo quien se beneficiaba con la mitad del diezmo a que tenía derecho, sino la Catedral por aquella cesión del obispo D. Diego en 1116. El Prior del Cabildo tenía el derecho de presentación de los párrocos de esta parroquia y el derecho a percibir parte de los diezmos: la mitad. La parroquia pagaba también, simbólicamente, un maravedí en procuración, (para la visita pastoral), y no pagaba ningún otro foro ni censo.

Una vez extinguida la autoridad monacal e implantado el Señorío Episcopal, los antiguos colonos pasaron a ser propietarios de sus tierras mediante un régimen enfitéutico: es decir, se transformó el préstamo en foro, por lo que el nuevo propietario puede comprar o vender las fincas, que están gravadas con un foro fijo, o renta, que el señor no puede aumentar.

Este sistema fue beneficioso para los antiguos colonos porque nunca el señor podría explotarlos imponiéndoles nuevas cargas. Como fue beneficioso igualmente que ostentara el Señorío la Dignidad Episcopal, porque nunca cayeron en el vasallaje de señores de horca y cuchillo que, a veces, tiranizaron a sus pueblos con leyes humillantes.

A mediados del siglo XVIII volvemos a encontrarlo como lo dejamos en la Edad Media. El Catastro del Marqués de Ensenada, firmado el 7 de junio de 1752 nos presenta los nombres y la situación en ese momento. En el primer folio dice: Copia de las respuestas generales de San Zibrián. Todavía queda algo de aquel Sant Cebrián medieval, a pesar de que en algún mapa o nomenclátor provincial hemos visto que lo llaman San Cipriano del Monte.

Sin embargo a la primera pregunta del cuestionario responde que: la población se llama San Cipriano del Condado[46]. Y para que quede claro, a la segunda, contesta: que no es de realengo por ser su señorío propio de la Dignidad Episcopal de la Ciudad de León, con solo el arbitrio de nombrar un Juez Ordinario, sin contribuírsele, por esta razón, cosa alguna[47].

Ante la 15ª pregunta afirma que los derechos impuestos sobre este terreno son los de diezmo, que se reparten sólo entre la Dignidad Episcopal y el párroco, por mitad. (lo mismo que decía el Becerro en los siglos XIII y XIV). También se paga, por las fincas que están al otro lado del río, la parte que corresponde a un beneficiado, el capellán de la ermita de la Virgen de las Mercedes. La respuesta 26ª completa a ésta diciendo:También se pagan a la Dignidad Episcopal de León catorce cargas de centeno, cada año, como señor del dominio directo en el terreno de Nuestra Señora de Villarejo y S.Juan de Villavirtud, y no se paga otra cosa[48].

La pregunta 23ª hace referencia a los bienes comunales y dice que el común no tiene propiedad alguna. Se entiende al haber tenido origen en una colonización. Sin embargo, mientras existió el régimen de colonos, había terrenos que no fueron repartidos -la Huerta del río, entre otros- y que ahora se disfrutan comunalmente pagando a la parroquia cien ducados.

El régimen enfitéutico, adoptado por la Dignidad Episcopal en su relación con los antiguos colonos, les beneficia una vez más al abolirse los privilegios con la unificación del Derecho en el s.XIX. El propietario no pierde la propiedad, pero el señor pierde el derecho a sus foros o censos, con lo que las fincas quedan libres de gravámenes y sus dueños exentos de rentas. Los bienes que no han sido repartidos se convierten en comunales.

En otro sistema, el señor habría seguido siendo el dueño absoluto y el colono sería un arrendatario que no habría ganado nada. Así se formaron y se sostienen los grandes latifundios del Sur.

Pero aún tenía que venir, también en el siglo XIX, la Desamortización que desposeyó a la Iglesia de sus bienes propios y legítimos. La parroquia de S. Cipriano, heredera del solar y sernas del antiguo monasterio perdió todas las posesiones que había mantenido en propiedad y que trabajaban, en renta, vecinos menos pudientes. Otros más poderosos accedieron a la Subasta que hizo el Estado y las compraron a bajo precio dejando a los primeros y a la parroquia en indefensa pobreza[49].

Así terminó, mediada la decimonovena centuria, la vinculación con la Iglesia de un pueblo que nació mil años antes, a mitad del siglo IX, a la sombra del monasterio que el Abad Ikila poseía en las orillas del Porma.

Sin perder la relación espiritual el pueblo, hoy del Condado, sigue identificándose con el nombre de San Cipriano.

 

Laurentino-César López Sánchez


BIBLIOGRAFÍA

Archivo Catedral de León.

Archivo parroquial, S.Cipriano del Condado.

Archivo Provincial de León.

Catastro de Ensenada, San Cipriano del Condado, 1752.

Fernández Flórez, José Antonio, El Becerro de Presentaciones, Códice 13. León y su Historia, V. León l984.

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Yáñez Cifuentes, Pilar, El Monasterio de Santiago de León. Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, 1972.

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Este trabajo está publicado en STUDIUM LEGIONENSE, Núm. 39, León 1998. Es la revista que, con carácter anual, saca el Seminario Mayor de León, en cuanto Centro Superior anexo a la Universidad Pontificia de Salamanca.

Se ha hecho un número de separatas para que pueda llegar a las personas interesadas en el tema, sobre todo a los vecinos de S. Cipriano del Condado, donde estuvo de párroco el autor desde 1970 hasta 1980.

Las separatas llevan en la portada una fotografía de la Pila Bautismal, y en la contraportada otra de la Virgen de la Mercedes



[1] Claudio Sánchez Albornoz, Documentos inéditos del Reino de Asturias:C.H.E. I-II 1944, pg. 318-319.

[2] José María Fernández del Pozo:Alfonso V, rey de León. El nuevo poblamiento.pag. 125, en León y su Historia, V, de Archivos Leoneses.

[3] Fr. Justo Pérez de Urbel, El Antifonario de León, Archivos Leoneses, 1954, pag. 135ss.

[4] Manuel Gómez Moreno, Catálogo Monumental de la Provincia de León, 1925,

 pag. 135 y ss.

[5] Pilar Yáñez Cifuentes, El Monasterio de Santiago de León, 1972, Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, pag. 38.

[6] Sobre el Antifonario de León hay abundante bibliografía. Vid. especialmente: P.P. Benedictinos de Silos, Antifhonarium Mozarabicum de la Catedral de León, León (Burgos) 1928. El Antifonario de León y el culto de Santiago, y en el número de 1954 de Archivos leoneses, dedicado a este tema.

[7] Antifhonarium Mozarabicum, León (Burgos), 1928.

[8] Pérez de Urbel, ob. cit. pag. 140

[9] Pilar Yáñez, obra citada, pag. 55.

[10] Pérez de Urbel, El Antifonario de León, Archivos Leoneses 1954, pag. 131.

[11] Pérez de Urbel, ibid. pag. 130.

[12] Gómez Moreno, Catálogo Monumental, pag.156-159.

[13] Pérez de Urbel, Ob. cit. pag. 143.

[14] J.Orlandis, Estudio sobre instituciones monásticas medievales Ediciones Universidad de Navarra, 1971, pag. 167-201.

[15] J.Orlandis, Ibid. pag. 19-34.

[16] S.F.C.Nock,The Vita Sancti Fructuosi, Wasington, D.C. 1946, XV, 20-25.

[17] Pilar Yáñez, El Monasterio de Santiago, pag. 55.

[18] Tumbo de la Catedral de León, fol.325, r y v.

[19] En el noroeste del praderio al norte de la iglesia queda el topónimo “la monja”, que lo recuerda. En esa misma zona existió, hasta principios de este siglo una ermita que el pueblo recuerda como “ermita de la gallega”, en alusión a la última santera, que tenía esa procedencia. Por el Archivo Parroquial sabemos que estaba dedicada a S.Matías Apóstol y que a élla perteneció un pequeño retablo dieciochesco que se conserva en la parroquia. Tiene tres tallas, no exentas de gracia, que representan a S.Matías, S.Juan Bautista y S.José, más un crucifijo, de mejor factura, del s.XVI. Apuntamos la hipótesis de que esta ermita fuera el testigo del cenobio femenino trasladado a la ciudad, que perdió la titularidad de S.Matías en favor de Santiago el Mayor, muy popular en aquel momento a causa de las peregrinaciones por el recién estrenado “camino de Santiago”.

[20] Yáñez Cifuentes, Ob. cit. pag. 45.

[21] Sánchez Albornoz,Una ciudad de la España cristiana hace mil años, Rialp, Madrid, 1985, 11ª edición, pg. 38, 113 y otras.

[22] Tumbo de la Catedral de León, folio 325, r y v.

[23] Una corte era un solar cercado que tenía dentro varias casas y un patio común; a veces un huerto.

[24] Es probable que fuera la de S.Benito, aunque también pudo ser una compilación de todas las reglas conocidas en España, que se estilaba a veces en los monasterios, y éste, que tenía scriptorium propio, podía tenerla.

[25] Tumbo de la Catedral de León, folio 325, r y v.

[26] Los miembros del monasterio de Santiago no pasaban de 15, según dice Pilar Yáñez, en la obra citada, pag 54.

[27] Sánchez Albornoz, Una ciudad de la España cristiana hace mil años, pag. 121.

[28] José Orlandis, Estudio sobre las instituciones monásticas medievales, pa. 344 y 46.

[29] José Orlandis, Ibid. pag.347-350.

[30] Sánchez Albornoz, Ob. cit. pag. 28, 112 y 113.

[31] Scuallum se refiere a tierras descuidadas, salvajes, seguramente por ser de mala calidad y praesura es igual a “apropiamiento”. Eran tierras de nadie que pasaban a ser primi capientis, es decir pasaban a ser propiedad del primero que las acotaba y cultivaba.

[32] Villarejo -o Villorex en algunos escritos-, es un despoblado situado al sureste de S. Cipriano del Condado cuyos terrenos están, íntegramente, en la margen izquierda del río Porma. Lo que planteamos es una hipótesis, ya que no disponemos de documentos escritos. Tan sólo referencias o silencios en la documentación eclesiástica. Proponemos que todo el pueblo - una diminuta comunidad de aldea-, se trasladó a S. Cipriano y se acogió a la protección del monasterio, conservando sus propiedades y su iglesia que siguieron cuidando y visitando. Extinguidas las generaciones que conocieron aquella comunidad y arruinadas sus casas, los descendientes y sucesores siguieron trabajando sus tierras y cuidando la iglesia que se iba reduciendo a una pequeña ermita, cuya fiesta principal siguieron celebrando cada 2 de agosto, fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Ángeles. Posteriores herederos olvidaron que sus bienes allende el río, habían tenido entidad civil propia y se pasaron, con armas y bagaje, a la jurisdicción del pueblo adoptivo. Así se explica la extensión de la territorialidad por la margen izquierda del río que llega hasta los límites de Cañizal y Castrillo. Para sostener la devoción a la Virgen que quedaba en el pueblo se estableció una hermandad con el nombre de “Cofradía de Nuestra Señora de Villarejo”. Algún hecho extraordinario y olvidado que ocurrió en el siglo XVI y que tuvo relación con las guerras de Argel y la redención de cautivos hizo que en la ermita se celebrara, con solemnidad, la fiesta de la Virgen de la Merced, acudiendo no sólo los cofrades, sino todo el pueblo y pueblos de la zona. Desde entonces y hasta el día de hoy se viene celebrando esta fiesta con el mismo movimiento de devotos. Pero la ermita y la Virgen, que adquirieron el sobrenombre de “Las Mercedes”-y que la imagen sufrió en el siglo XVIII una transformación para convertirla en el modelo tradicional de “La Merced”- no han perdido su ancestral nombre de “Villarejo”, ni los fieles han dejado de celebrar -aunque lo hagan en tono menor- la fiesta patronal del pueblo desaparecido el día de Nuestra Señora de los Ángeles. Hoy la imagen de la Virgen ha sido convenientemente restaurada y ha vuelto a mostrar su encanto gótico. (Para mayor seguridad recibe culto en la iglesia parroquial quedando en la ermita una réplica sin valor artístico). El Becerro de Presentaciones de la Catedral de León, escrito en el s.XIV pero copiando otro del s.XIII, no cita a Villarejo ni siquiera como despoblado, porque hace siglos que ha dejado de figurar en el nomenclátor diocesano. Sin embargo en el acta de una visita pastoral realizada en 1568 y conservada en el Archivo Parroquial, se ordena a Antonio Rodríguez, clérigo de León , beneficiado de la ermita,” que la repare ya que cobra sus diezmos”, porque tiene Pila y Campana y demuestra que fue iglesia parroquial. Con detalle le especifica las obras que debe hacer llegando, incluso, a recomendarle que cuide la olmeda y que se protejan las virgultos. (Hasta una reciente epidemia hubo negrillos -olmos- en las proximidades de la ermita).Estos datos, y que en torno a la ermita se advierten desniveles que si se excavaran resultarían cimientos y restos de edificaciones, y que se encuentran tejas y cerámica sin necesidad de remover la tierra más allá de lo que hace el arado, explican y dan fuerza a la hipótesis que puede aceptarse con bastantes garantías de seguridad.

[33] En principio, la explotación de molinos, hornos, lagares y presas era monopolio real. Por concesiones del monarca, los nobles empezaban a disfrutar del mismo privilegio dentro de su territorio, y lo mismo pasó en los dominios eclesiásticos. En el molino, señorial o monástico, en el horno y en el lagar del dueño de la tierra, se realizaba la molienda, la cocción y la fabricación del vino, no sólo del señor o de los monjes, sino de todos los que trabajaban bajo su jurisdicción, que pagaban por esto una cantidad al dueño: maquila, fornáticum,etc. Con el tiempo esa cantidad se convirtió en un censo fijo que los siervos tributaban a sus señores, usaran o no los molinos, hornos o lagares. La posesión de los bienes útiles era, por tanto, una saneada fuente de ingresos, mientras que su mantenimiento costaba muy poco al que disfrutaba de semejantes privilegios. (tomado de El monasterio de Santiago, de Pilar Yáñez, pag. 78, que a su vez cita a García de Valdeavellano, Historia de España, de los Orígenes a la Baja Edad Media, Madrid, 1955, 2ª parte, pag. 300-305.

[34] El Becerro de la Catedral sitúa aquí un pueblo llamado Villavirtut, que existía en el s. XIV. Ahora es un despoblado desconocido. José Antonio Fernández Flórez en El Becerro de Presentaciones, Códice 13 del Archivo de la Catedral de León,publicado en “Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, pag. 404, lo sitúa al oeste de Santa María del Monte del Condado, pero según el Catastro de Ensenada este pueblo fue anexionado a S.Cipriano que en 1752 paga a la dignidad episcopal de León catorce cargas de centeno, como señor del dominio directo en el terreno de Nuestra Señora de Villarejo y S.Juan de Villavirtud (folio 170). Teniendo en cuenta que el Becerro lo coloca cerca de Santa María, deducimos que estuvo situado en el territorio que S.Cipriano posée al noroeste, entre Villamayor y Villanueva.

[35] De la raíz preindoeuropea KAND que da voces con relación a: rama, leña, blanco, quemado, etc. Javier García El significado de los pueblos de León. León, 1992, pag. 123.

[36] Pilar Yáñez, El monasterio de Santiago de León.. pag 77.

[37] Pilar Yáñez, Ibid. pag 77.

[38] Laurentino-César López Sánchez, Vegaquemada, mil años en la historia de un pueblo pequeño, León 1997, pag. 54 y 55.

[39] Sánchez Albornoz, Una ciudad de la España Cristiana hace mil años, Capítulo “Una casa y una corte”, pag. 112.

[40] Yáñez Cifuentes, ob. Cit. pag. 61,62.

[41] Tumbo de la catedral de León, folios 334 r y v, 335 r.

[42] García Gallo, El Concilio de Coyanza, AHDE, XX, 1950.

[43] López Ferreiro, Historia de la Iglesia de Santiago, II, pag. 437

[44] Tumbo de la Catedral de León, ff. 100 v.-101 r- 101 v.

[45] Becerro, fol. 12 r, y en José Antonio Fernández Flórez, El Becerro de Presentaciones, Códice 13, obra ya citada, en la pag. 401.

[46] Adquiere el apellido del Condado porque pertenece a la Jurisdicción Civil de Vegas, pero nunca perteneció al Señorío que los Guzmanes tenían en la zona y cuya capitalidad ostentaba esta villa.

[47] Catastro de Ensenada, S.Cipriano del Condado.

[48] Ibidem.

[49] Aunque ha tenido varios propietarios, los ancianos recuerdan a quién pertenecía durante la primera parte de este siglo.

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